Estaba apoyada junto a la ventana, sollozando, dejando escapar la rabia por cada de una las lágrimas que manaban de sus párpados. No le importaba ni el maquillaje, ni sus enormes ojos que, por un momento, se habían convertido en generadores de llantos por lo que acababan de contemplar o, mejor, descubrir.
Por su cabeza pasaban cientos de sentimientos, de escenas incumplidas, de sueños rotos. Estaba a poco más de dos horas de llegar al altar para dar el ‘sí quiero’. Sólo soñaba con ese momento, con el de sellar con un beso su historia de amor para iniciar un nuevo capítulo en la historia de sus vidas.
Llevaba meses de preparación en los que había sido partícipe de cada decisión, de cada detalle, menos de uno: su ramo de novia. Su padrino, quien tuvo que viajar hace años a América, le pidió que le permitiera hacer realidad un sueño, el de regalarle el ramo.
Mientras continuaba con su cabeza postrada junto al marco de la ventana, con la mirada perdida, no acertaba a comprender cómo había pasado por alto el detalle del ramo. El que ahora bloqueaba su mente, sus sentimientos, sus reacciones. No podía quitar de su pensamiento la horrible impresión sufrida al recibir aquello que habían llamado ramo de novia. Pocos regalos encargados con tanto entusiasmo pueden frustrar tanto como lo hizo este ‘ramo’. El destino le había preparado ese drama cual pesadilla convertida en realidad y a muy poco tiempo de su momento. De su gran momento.
Ella seguía llorando, sin consuelo. Mientras, el culpable de su disgusto comenzaba a marchitarse en el cubo de la basura, al que irremediablemente fue condenado tras haber aparecido en aquella casa. Para que muriera cuanto antes. Para que no volviera a causar más dolor.
Y mientras todos trataban de encontrar consuelo para ella, su padre, buscaba solución. “Amigo, ya tendré tiempo para explicarte todo, pero ahora necesito que me hagas el mayor favor de tu vida. Que dediques tu tiempo y apliques tu técnica y tus conocimientos para hacer el mejor ramo en el menor tiempo. Conoces bien a Eva, mi hija, así que sabrás aplicar tu empatía en lograrlo”, le dijo al florista que hacía más de dos décadas se había instalado en el barrio convirtiendo la venta de flores en una profesión artística gracias a la aplicación de sensibilidad, gusto y profesionalidad.
Cuando en casa intentaban calmar sentimientos que afloraban con rabia, coraje e impotencia, y buscar soluciones allí estaba él, consolando a su niña y aportando la calma y seguridad que siempre transmitía con un simple abrazo a su hija. Su corazón disminuyó la intensidad de latidos, su tensión se estabilizaba y la impotencia se tornaba en esperanza. Poco después el sonido del timbre volvió a convertir la casa en zozobra. Los nervios atenazaban a todos. El padre asumió la responsabilidad. Y Eva, en menos de un minuto, estaba sin respiración, oprimida por múltiples de sentimientos. “¡Salid todos, por favor!”, dijo el padre, que cogió la mano de su hija. “Siempre he buscado lo mejor para ti y ahora me he atrevido a encontrar una solución”, le dijo mirándola a esos ojos marchitos, sin brillo. Cogió su mano y ambos deslizaron el lazo que envolvía un ramo. Con ternura. Con miedo, pero con decisión. Su grito desconcertó al resto de la familia que aguardaba impaciente el resultado de tal misterio. Abrazó a su padre y comenzó a llorar sin parar, mientras los sollozos se tornaban poco a poco en sonrisas y carcajadas. “¿Pero cómo lo has logrado?”, preguntó ella. “No ha sido mérito mío, hija, ha sido del bueno de Adrián, el florista de toda la vida que tiene el taller en la calle de al lado”, le explicó. “¡Pero es precioso!”, exclamó Eva. “Te conoce desde que eras una niña. Me preguntó que dónde era la boda, le di unas pistas de cómo es tu vestido y lo demás ya lo ves…”, le dijo el padre, a punto de derrumbarse por primera vez en su vida y transmitir con lágrimas todos los sentimientos acumulados.
Horas después, todos esperaban el momento en el que la novia debía lanzar el ramo. Eva tomó la palabra. “Quiero pediros perdón por romper la tradición. No voy a lanzar el ramo, algún día os contaré el motivo. Pero quiero regalarlo a una persona muy especial”, dijo ante la sorpresa de todos, que comenzaron a hacer cábalas sobre quién sería el afortunado receptor del ramo.
Ese ramo luce ahora en la floristería del barrio. En un lugar privilegiado por el impagable significado que atesora para unos y otros.